El ruido bajo la superficie se vuelve ensordecedor con cada
día. No comprendo lo que significa aquella mezcla de lamentos y bramidos que me
aprisionan con sus ecos, voces amortiguadas tras muros de enorme grosor que
surgen de mis adentros. Aun así, fijo mi propósito en distraerme de la angustia
generada por lo incognoscible, esperando el momento en que las paredes sean
derribadas y la tensión superficial se rompa, desatando el caos en violenta
ebullición.
Paciencia.
¿Acaso no es aterrador? ¿Acaso no
resulta excitante? La incertidumbre del resultado me acecha en un sueño
paralizante. Quizás sea una pesadilla esperando el momento de revelarse a sí
misma con la finalidad de apoderarse de mi realidad. No obstante, sólo me queda
aguardar su profética llegada. A eso se reducen mis opciones, cual ciervo que
detiene su andar para alzar la cabeza y escanear su entorno. A la expectativa
de algún aroma o señal que anuncie la presencia del depredador al acecho.
El miedo de volver a hacerme trizas
se reafirma con cada recuerdo involuntario que surge del sótano de mi
consciencia. La experiencia no miente, querer permanecer a salvo de cualquier
daño es un deber instintivo, aun si se corre con frenesí hacia el abismo. Más
aún cuando lo que se pretende es crear algo nuevo sobre los escombros de lo que
se ha sido. ¿Y no soy acaso el cúmulo de todas mis reconstrucciones?
Las arcanas paradojas de mi ser se
desafían eternamente en una danza de devastación cósmica, a la vez que
reafirman la salud de mi ser con cada desgarro de mi alma. Me fortalecen y
aniquilan simultáneamente, preparándome para la llegada del corte que pudiese
dar fin a mi cordura.
Tomo decisiones basadas en la intuición y aprendizaje de
cada guerra librada. Sin ignorar que pude no haber comprendido cosa alguna de
mis saberes. Como ciego deambulando en terreno desconocido, existiendo el
riesgo de toparse contra un muro, caer por un acantilado, o tener la segura
posibilidad de continuar avanzando a tientas en medio de tinieblas insondables.
Los sentidos se agudizan en fútil prórroga de la calamidad, aun si sólo se
cuenta con el vano optimismo de poder dar un paso más.
El instinto se vuelve indispensable
al momento de querer seguir adelante, temiendo dar un paso en falso que juzgue erróneo
mi proceder. Las consecuencias podrían devenir en fatalidad insalvable. No es
tarea sencilla curar una herida cuando el espíritu sufre, plagado de dolencias
que ocultan el origen del sangrado. En fortuna o desgracia, he de aceptar las
consecuencias, incluso si en búsqueda de la luz termino consumido por las
sombras de mi incierta voluntad.
Ya sea bajo la cegadora luz del día,
o en la noche más severa, mi realidad se arma y reacomoda una pieza a la vez,
casi al segundo en que mis sentidos y pensamientos toman consciencia de lo que
me acontece. Mi percepción lo es todo, mi interpretación falible. Mis deseos me
guían de forma imperiosa, sin importar el sufrimiento que cada respiro me
ocasione, o cada suspiro de alivio que exhale en medio del pánico. Sé que habré
de arder y ser consumido por las llamas que emanan del interior de mi pecho
desnudo.
Mi cuerpo adormecido por el placer,
mi mente alimentando la combustión. Alcanzar la hoguera perdida traería a mí la
satisfacción de aquel último éxtasis. La disipación de toda duda y temor. Y al
fin sentir la lluvia de lágrimas que asfixien el fuego de mi propio infierno.
Por John Reed
15/11/2022