El silencio en la sala de espera le
carcome los nervios a Joaquín. Hace un par de horas su esposa fue llevada de
urgencia al quirófano. Sería necesario practicarle una cesárea de emergencia.
Desde entonces nadie ha sido capaz de decirle qué está sucediendo y si su
esposa e hijo se encuentran bien. Por su mente transitan todo tipo de
pensamientos fúnebres, imágenes con promesas de muerte y dolor.
Durante el transcurso del embarazo
habían sido informados de los riesgos que podría traer tanto para Julia como
para el bebé. Sin embargo, el feliz matrimonio no permitió que el fatalismo
dictara sus decisiones y continuaron en el embarazo pese a los peligros que
pudiera acarrear.
Las puertas de la sala se abren y
pareciera que transcurre un siglo hasta que la enfermera dice su nombre.
Joaquín se pone en pie rápidamente, tratando de guardar la compostura y detener
los temblores generalizados en todo su cuerpo, en su voz atropellada.
Joaquín no alcanza a comprender
cabalmente lo que dice la enfermera. Sólo percibe unos cuantos fragmentos entre
la estática que escucha en su interior. “Complicaciones… riesgo de muerte…
decisión…” Su universo colapsa y el pánico se atenaza en sus músculos.
La enfermera conduce a Joaquín al
quirófano a través de un largo pasillo. La gente fuera de las habitaciones lo
mira con expresiones muertas, rendidas. En sus ojos se ve reflejado y no
encuentra en ellos respuesta alguna a su angustia.
Todo parece irreal hasta que ve a Julia
y se apresura a su lado. La mira exhausta y asustada. La toma por la mano y
ella llora. Dice que no quiere perder a su hijo, antes prefiere morir ella.
Joaquín no entiende nada. ¿Por qué
habría de morir alguien? Él intenta tranquilizarla forzándose a sí mismo a
creer la mentira para enmascarar la incertidumbre. Un doctor se aproxima a
ellos y se explica la situación a Joaquín, recomendándole que lo más importante
sería salvar la vida de su esposa.
Al escuchar eso, Julia se aferra con más
fuerza a la mano de Joaquín y le suplica que salven a su hijo. Que si alguien
debía vivir era él. Su vida no podía terminar cuando aún no había comenzado.
La pareja sollozaba y Julia le hizo
jurar a Joaquín que protegería a su hijo y que lo amaría por los dos cuando
ella no estuviera. Joaquín asentía a todo lo que Julia decía. Su corazón se
desgarraba al pensar que esa sería la última ocasión que la vería.
Una enfermera hizo salir a Joaquín del
quirófano y lo acompañó a la sala de espera. Sin mayor indicación, lo abandonó
en el desquicio de su sufrimiento. A la espera de que la catástrofe que se
avecinaba.
El velorio de Julia se llevó a cabo al
día siguiente del nacimiento de Fernando, su hijo. Joaquín no había podido
dormir desde entonces. Cada vez que cerraba los ojos, lo único que podía ver
era la mirada suplicante de Julia pidiéndole que salvaran a su hijo en lugar de
ella.
Fernando, como Julia quería llamarlo, nació
con problemas respiratorios. El especialista recomendó mantenerlo bajo
observación en el hospital en caso de que se presentaran complicaciones. Su
estado de salud podría empeorar en cualquier momento, pero con los cuidados
necesarios podrían darlo de alta en poco tiempo. Era cuestión de esperar lo
mejor, le dijo el especialista.
Tres semanas más tarde, Joaquín se
marchó del hospital en compañía de su hijo. El velorio de Fernando se realizó
en la misma casa funeraria donde velaron a Julia. Sus cenizas descansarían a un
lado de las de su madre.
Por J. Reed
Por J. Reed
Kafkanian-Reed, inhumanity. C:
ResponderEliminar