Nunca me ha agradado ir a consulta médica acompañado de algún
miembro de mi familia, me resulta demasiado molesta esa transgresión a mi
privacidad. En ésta ocasión no fue distinto. Mi padre lleva más de una semana
con una gripe o infección que lo ha mantenido encerrado y alejado del trabajo,
con ataques de tos, y en un constante estado de malestar. A mí me llegaron los
primeros síntomas de la condenada enfermedad la semana pasada. El martes, si no
me equivoco. Pero como estaba en exámenes parciales, me dije a mí mismo que
sólo tenía que esperar al viernes. Tan pronto terminara la semana, la
enfermedad podía matarme si quería. Desde ese martes mi padre no fue a trabajar
a la oficina, y ya me saboreaba yo el deleite ocasionado por el sufrimiento que
me traería la enfermedad. No me decepcionó.
Viernes, sábado y domingo lo pasé sonándome la nariz más ocasiones
de las que puedo recordar, tosiendo como perro y maldiciendo mi suerte como
parte del ritual. Sin embargo no tenía problema alguno con mi sufrimiento. Mi
hermana se ofreció a comprarme medicina, pero lo rechacé bajo la premisa de que
o mi cuerpo era lo suficientemente fuerte para lidiar con la enfermedad por sí
solo, o mejor era que la selección natural me declarara perdedor. Por otro
lado, la gripe me daba un efecto sensorial parecido al del LSD, lo cual
resultaba curioso. Sin embargo, el día de ayer, lunes, amanecí mucho mejor, sin
tanta tos y sin la constante necesidad de limpiar mi nariz de la indeseable
mucosa cada cinco minutos. Vaya decepción. Lo que parecía una tormenta resultó ser
no más que una llovizna.
Ayer en la noche me llamó mi padre para decirme que mi hermana se
comunicaría ésta mañana para hacer la cita con el doctor, y quería que yo
también fuera con ellos. Al inicio no tuve ningún problema con la idea, pero a
medida que avanzó el día, no pude evitar pensar que era mejor cancelar el plan
y decirles que no lo consideraba necesario, pues ya me encuentro mejor.
Lamentablemente, me faltó ser un poco más asertivo. Así que, cuando llegaron
por mí a las cuatro, no tuve de otra mas que ir con ellos a la mentada
consulta, saltándome mi acostumbrada siesta de la tarde.
El doctor no debía tener más edad que yo, poco menos de
treinta. Me transmitió la misma vibra que tenían unos amigos que estudiaron
medicina, es decir, que le gusta la fiesta acompañada de drogas de diseño,
alcohol y EDM. Sin embargo, con la bata puesta y con todo lo que el contexto
dicta, es un doctor, un adulto joven con responsabilidades y un empleo en un
hospital de buena categoría. Todo comenzó como lo suponía, con algunas
preguntas a mi padre sobre cómo había progresado con el medicamento. Mi padre
responde a las preguntas del doctor para luego contar sobre gente de más de
sesenta años que tienen una condición física envidiable para cualquier
veinteañero que conozca. Cosas por el estilo de cómo el ejercicio puede darte
una mejor calidad de vida, así como prolongarla… El doctor asintiendo a lo
dicho por mi padre pero mostrando, a mi parecer, algunas reservas. Así pues, mi
padre, que tiene sesenta y cinco años y ha hecho del ejercicio parte de su
estilo de vida por varias décadas, cuenta con una cosmovisión distinta a la mía.
Después vino mi turno. El doctor me pidió que me sentara en la
camilla que tenía en el consultorio, revisó mi garganta, palpó ganglios preguntando
si tenía algún dolor, y escuchó mi respiración con el estetoscopio. Narré que
el viernes y sábado la pasé relativamente mal, pero que desde el día de ayer
desperté mejor. Incluso mencioné lo de mi gusto por el sufrimiento de la gripe
y del efecto parecido al de un ácido, lo cual le pareció divertido. Claro que
decía todo esto sabiendo que mi padre estaba muy concentrado contándole algo a
mi hermana y su novio como para escuchar palabra alguna de lo que yo decía. Eso
me hizo sentir cómodo, porque pensé que lo discutido por el doctor y por mí
tenía un cierto grado de privacidad. Pero como siempre, cuando me comienzo a
sentir cómodo, sucede algo que me hace saber que no existo para recibir
complacencias por parte del universo.
Dijo que tengo los ganglios un poco inflamados, y que al parecer
mi cuerpo tomó la infección y la desechó cual si fuera un trozo de basura. Cosa
que no me agradó, pues pese a que deteste el existir y la idea de terminar con
el absurdo esté presente en mi mente, esperaba que mi cuerpo tomara la poca
fuerza de vida que tengo y cediera ante cualquier virus, bacteria, enfermedad o
lo que fuese que atentara contra mi vida. Pero supongo que era demasiado
esperar. Respondí un “debe haber sido mi nihilismo actuando” y hubo un par de sonrisas,
pero dudo que comprendieran a lo que me refería.
Supe que mi comodidad llegaría a su fin después de que me preguntó
si fumo, a lo cual respondí que sí. Entonces comenzó a decir que había
escuchado algunas cosillas raras en mis pulmones, moco moviéndose con el aire,
algo en referencia a una bronquitis. Dijo que lo mejor era que dejara de fumar
porque mis pulmones están algo jodidos. En este momento los otros ya no
charlaban, sino que prestaban atención a lo que decía el doctor. De pronto el
reflector estaba nuevamente sobre mí y no tenía lugar alguno al cual escapar.
Trató de aligerar el tono que se había creado al decir que no tenía neumonía ni
nada grave, pero que era una recomendación. Dije que voy a correr en un intento
por mostrar que no soy una persona sedentaria, pero me salió el tiro por la
culata. El fumar hace que aumente la presión en los pulmones y se pongan duros,
cosa que también sucede con el ejercicio, con lo cual, uno más uno igual a dos.
No bueno, amigou.
Reafirmé mi postura diciendo en un tono de resignación “bueno, al
parecer tendré que dejar de correr, ¿cierto?”, dirigiendo una sonrisa a mi
padre y hermana. Mi padre disfrazó su mueca de desagrado con una sonrisa,
comprendiendo que era una broma, aunque yo lo haya dicho en serio. El doc
también rió, pero volvió a su tono serio para decir que si dejaba de fumar
tendría una vida más larga y de mejor calidad que una persona que jamás hubiera
fumado. Al parecer nadie notaba la ironía de todo aquello. Incluso si el
Absurdo se hubiera personificado en un enano con body painting de
gacela sacando burbujas del culo mientras reía como Adela Micha, no se habrían
percatado de ello. Además, qué les hace pensar que me preocupo por tal cosa
como vivir más años y mejor. “El cigarro te puede matar”. No freaking
duh, Sherlock.
En la receta, además de unas pastillas efervescentes, anotó el
nombre de otro medicamento que ayudaría para la bronquitis. Un polvo inhalable…
Ja, ja, me la dejó bastante sencilla. Le pregunté que si era un medicamento o
un consumible para fiestas. Una carcajada y después voltea a decirle a mi papá
que se preocupe si ve líneas blancas sobre las mesas de la casa. Bien ahí doc,
alerte a mi padre de mi posible consumo de drogas ilegales. Nada de eso, al
parecer, es como algo que inhalan los asmáticos, así que no será divertido.
Pero para poder tomarme ese medicamento sería necesario que dejara de fumar una
semana antes de ingerirlo, y durante el tiempo que estuviera bajo el mismo, o
podría tener una taquicardia u otras cosas que sonaban bastante dolorosas y
serias.
“Entonces yo les aviso luego”, dije con cinismo. Estúpido doctor,
mi padre ya suele molestarme con lo de dejar de fumar, como para que le haya
dado la oportunidad perfecta para joder con fundamento. La conversación cambió
de pronto a que dejar de fumar es más difícil que dejar de beber alcohol. Si
bien yo ya no era el foco de la charla, el que ésta girara en mi periferia me
desagradaba aún más. Mi padre pasó a decir algo de cuando él dejó el alcohol y
posteriormente el cigarro. Después el doctor dijo que eran peores las recaídas
del tabaquismo, pues él mismo había dejado el cigarro en tres ocasiones. El
gusto sólo le duraba un año antes de volver a introducirse cigarros a la boca
de forma compulsiva. A la fecha, llevaba dos años intentando dejarlo tras su última
recaída.
Podrán imaginarse mi indignación tras escuchar esto. ¿Con qué cara
viene este pendejo a decirme que deje de fumar de la noche a la mañana, cuando
él mismo lucha de manera fútil con ello? Además, si dejo de fumar, ¿de qué otra
forma me voy a matar lentamente? Ese era mi plan, no suicidarme de forma
relativamente instantánea, pero sí matarme de a poquito, de forma lenta pero
más rápida que esperar a la senectud o a ser asesinado de forma dolosa o
culposa por alguien más. No quiero pasar al alcoholismo, el alcohol no
satisface ninguna necesidad ni cumple ninguna función que me agrade, al menos
no como para hacerlo de forma cotidiana.
Y así queda establecido que me han puesto en una esquina, en la
cual me veré forzado a dejar de fumar con tal de que no me estén jodiendo
incesantemente con ello. En los años pasados lo he experimentado por parte de
mi padre y de mi madre, pero el que ahora lo hagan motivados por lo que dijo el
doctor me saca de quicio. No se detendrán, eso lo sé. Así que supongo que
tendré que idear algo para lidiar con ello. Por otro lado, el dinero que me
ahorraría en cigarros podría gastarlo en otra cosa, aunque no sé en qué. Nunca
he sido de querer comprar cosas, viajar, o muchas otras cosas para las cuales
es indispensable tener dinero. Me ha faltado esa motivación que al resto le
parece tan simple.
No es de extrañarse mi desinterés si considero que llevo cerca de
una década sin pensar a futuro. Un futuro limitado por la reconfortante idea de
quitarme la vida, a pesar de que nunca lo haya intentado y de que siempre
pospongo la fecha un par de años más, esperando a que algo interesante suceda,
o de que la historia de mi vida de pronto deje de ser una porquería. Vaya, tal
vez sea el optimista en mí, esperando algo que jamás llegará. O quizás sea mi
yo pesimista, que sabe que no importa lo que haga, la única cosa certera que
existe en mi futuro es la muerte, así como la de todos los seres vivos, lo cual
viene a ser en sí misma, una idea optimista. Qué lío.
La próxima ocasión me ahorraré la visita al médico y mejor me
quedaré a dormir. Así nadie invadirá mi esfera personal con sus constructos que
poco o nada tienen que ver con los míos.