Puedo sentir cómo se aloja en mi
nuca, creciendo a cada instante entre punzadas de dolor, como si alguien
retorciera juguetonamente una navaja en mis vértebras cervicales. Su intensidad
se incrementa, esparciéndose por todo mi cuerpo con la velocidad de mi
pensamiento atropellado.
Mis ideas colapsan tan pronto
como se erigen en el caos de mi psique, cual si fueran un millar de voces que
gritan y se apagan al instante. No detienen sus bramidos, impidiendo cualquier
sensación de paz en mi interior, nublando mi juicio y despojándolo de toda
lógica que le guíe en el campo minado que es mi memoria.
La angustia taladra mis ojos, que
no encuentran respuesta alguna ante lo que se les presenta. Y en mis oídos, la
estática que corroe mis tímpanos.
Confusión.
Me arrastro como una bestia
sedada en la búsqueda por aquello que logre colmarme, sin encontrar refugio que
perdure contra los embates de mi tempestad, la misma que me ha acompañado desde
tiempos inmemorables para mi consciencia.
Estaba ahí y surgió a la
existencia junto conmigo. Fuimos escupidos por el mismo abismo al cual ansiamos
regresar, pero no sin antes obtener aquello que siempre hizo falta y que
pondría fin a la fútil búsqueda. Pues no se puede encontrar aquello que no se
sabe qué es, cómo luce, o si es que acaso existe.
He ahí el motivo de la
frustración que me asedia con cada despertar.
El propio organismo no sabe lo
que sucede, pero trata de ajustarse al confuso lenguaje de la mente, que hace
manifiesto su perpetuo estado de displacer ante una necesidad indefinida y cuyo
origen se desconoce.
Claro, también conozco las
satisfacciones, breves y tormentosas, pero tras el desengaño no puedo
permitirme ceder a ilusiones cargadas de calma infértil y abrumadora. Aún más
que la angustia, esa calma me aniquila, cercenando mi ser como un cordero en manos
del carnicero.
Difícilmente se recupera uno de
tal disgregación, sólo para sentirse nauseabundo a causa del engaño en que se
permitió caer, con lo cual la insatisfacción se acrecienta, y con ella la
angustia de sentirse aún más confundido, extraviado en un paraje sin una senda
que lleve al punto previo.
Vagaré entonces, ciego, sordo y
aturdido hasta la médula, sin lograr saciar jamás el deseo al que no puedo
darle nombre.
Por J. Reed
No hay comentarios:
Publicar un comentario