Te pondré en un altar, apartada de miradas ajenas. En lo profundo de mi consciencia. Erigida como una deidad arcana. La única a la que importa rendir culto en este mundo desolado y carente de sentido.
Tu fulgor viajará años luz desde un punto remoto en la
vastedad del espacio, atravesando el cosmos sin nada que obstaculice su camino
en el mar de tinieblas que quedó tras la muerte de la última estrella.
Habré de visitarte en mis momentos de punzante soledad
sin esperar de ti palabra alguna, pues nada hay por decir que alivie el dolor
que me envenena al sentir perpetuamente tu ausencia.
Y en medio del silencio habré de materializarte al
pronunciar tu nombre.
Tu nombre…
Tan sólo un murmullo, tres sílabas que servirán para
mitigar mi sufrimiento por un breve instante.
Aunque después vuelva a la realidad.
Aquella en la que ya no estás y en la que me derrumbo al despertar.
Aquella en la que ya no estás y en la que me derrumbo al despertar.
Por
J. Reed
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