No
me agradan los viajes al pasado, creo que nunca lo han hecho. Para el
resto resulta tan sencillo, incluso placentero, darse vueltas por escenas de su
pasado cual si se cambiara de canal al televisor. Puedo ver cómo se pierden,
por breves instantes, embelesados en su memoria, trayendo consigo la sonrisa que
brinda la nostalgia. Claro, no toda memoria les es grata, pero han aprendido a
dejar aquellas dolorosas y desagradables imágenes en un oscuro rincón, donde no
llamen la atención, delegando la labor de depositario de las mismas al inconsciente.
“Si
no lo veo, no me afecta”, reza su mantra, y es lo que hace curiosa su conducta.
Este doblepensar, o disonancia cognitiva, según se le quiera llamar, les
permite ver sus recuerdos desde perspectivas más amables que les hará sentirse
contentos y seguros de una plenitud que nunca estuvo ahí. No se dan cuenta del
engaño en el que viven, tan seguros de que el pasado como se les presenta forma
parte de su realidad, cuando no es mas que el producto de una ciega
interpretación.
Echan
mano del viejo pensamiento mágico, atribuyéndole a sucesos aleatorios un
significado y trascendencia inexistente. No puedo culparlos, tratan de darse
ánimos para tolerar su existencia al hacerse creer que su presente, o el
futuro, puede recobrar la cálida esencia que guarda el pasado, o al menos algo
de su aparente paz.
Yo
también era capaz de lograr tal hazaña, y dentro de mi malestar perpetuo
pensaba que las etapas previas de mi vida eran mejores, disfrutando de sus
suaves y reconfortantes aromas. Pero no tardé en caer en el desencanto, con
plena consciencia del engaño autoinducido como parte del juego social. Con esto
llegó la verdad, cruda, desagradable y dolorosa verdad. Entonces mis
interpretaciones previas parecían los reflejos deformes de los acontecimientos
vividos, siendo que siempre fueron desoladores, pero el veneno sabe mejor con
unas cuantas cucharadas de azúcar.
Sin
embargo, no es éste el único motivo por el cual evito viajar al pasado. Los
demás pueden pasearse por las memorias como un ente inmaterial que nunca entra
en contacto con su entorno, sino como un simple espectador que centra toda su
atención en los detalles necesarios para mantener la ilusión. Mi situación es
completamente distinta. Cada que viajo al pasado debo tomar las precauciones
necesarias para no interrumpir y alterar la causalidad con mis acciones. Cuando
se vuelve de un pasado alterado, no hay manera de saber qué elementos
cambiaron, pues uno pertenece ya a esa línea temporal de recién sincronización.
Otro
problema viene en relación al enfoque o perspectiva sobre el pasado. Mencioné
ya que los otros siguen una secuencia específica de tomas, cual película
cuidadosamente editada, obteniendo la placidez del ensueño nostálgico. Mis
viajes no se reducen a la simple satisfacción de la necesidad de mantener el
espejismo. Cuento con libertad de alejarme de la locación y tiempo en el cual
aparecí, utilizándolo como portal con el cual acceder a otros puntos en el
tiempo-espacio en su periferia. Fue ahí cuando se arruinaron los viajes al
pasado para mí.
A
través de los portales uno ve aquello que los demás dejarían fuera de la
memoria; momentos, lugares, situaciones… el contexto mostrado como una
generalidad en base a sus partes. Tanto como hay portales cuyas escenas evocan
una sonrisa, los hay mas que muestran pasajes solitarios de una oscuridad
insondable. Y todo sucede en un instante, pues siempre se regresa al punto de
partida, es decir, el presente.
Por
eso evito viajar al pasado en la medida de lo posible, sólo viajando cuando sea
necesario obtener algún dato importante para el hoy; aunque últimamente se sale
de mi control, así que, a fin de cuentas, resulta inútil oponer resistencia.
Jamás sé qué estímulo desencadenará la ruptura en el tiempo-espacio, siendo
succionado al interior de la fractura sin que sea perceptible a ojos ajenos.
Tal vez sólo me delate el repentino cambio de ánimo y la fatiga de quien revive
un par de años tras un parpadeo.
Mejor
será viajar al futuro, siempre cambiante, sujeto a la causalidad actual. Ahí no
hay problema si se alteran sus elementos, ya que al volver al presente nada
quedará de esa línea temporal. Y si bien no luce alentador, y carece de
certidumbre, nada hay que lo diferencie del hoy, tan absurdo como el ayer, como
el segundo que se extingue al marcar el punto final a este pensamiento.
Por J. Reed
No hay comentarios:
Publicar un comentario