lunes, 27 de noviembre de 2017

Cuentos del Absurdo/ II. Dreams about the future



Mariana espera impaciente a que llegue el camión que la llevará a su trabajo. En sus manos lleva los apuntes del examen final que presentará al día siguiente. Debe aprovechar todo el tiempo libre a su disposición para estudiar o no podrá titularse por promedio, como es su plan. Si bien se siente estresada, escuchar It’s a beautiful day a todo volumen le ayuda a no perder los ánimos.

Lamentablemente ha recibido bastante presión en el trabajo, del cual sale hasta que cae la noche, y se le complica tener el tiempo adecuado para dedicarse a sus estudios y deberes escolares.

No obstante, se encuentra a unos días de terminar la licenciatura y eso la impulsa a esforzarse para recorrer el último tramo faltante. Así, las dificultades se ven menguadas cuando piensa en los preparativos a realizar para su graduación y sus planes para cuando finalice sus estudios.

Pensar en el futuro que le espera hace que todo valga la pena. Sus desvelos, su falta de vida social, los gastos que conlleva su educación, y las esperanzas de su familia puestos en ella… todo se verá recompensado cuando se gradúe y tenga su título para empezar una nueva  etapa en su vida.

Abraza su libreta y mira al cielo con una sonrisa, perdiéndose en el dulce ensueño de un futuro prometedor y las alegrías que éste le brindará.

Privada en sus fantasías, no se percató de la conmoción que se originaba a su alrededor. En cuestión de segundos, los transeúntes y gente que esperaba el camión junto con ella se apartaron rápidamente, corriendo y gritando aterrorizados.

Mariana baja la vista y piensa que en verdad hace un día hermoso, aunque tenga bastante por leer y probablemente termine desvelándose otra noche más.

La alegría y confianza que sentía no se desvaneció al voltear y ver la tolva que la embistió hasta prensarla en el muro detrás de ella.

Más tarde se sabría que los frenos de la tolva quedaron inútiles a causa del poco mantenimiento que se les dio, y de la tonelada de grava que llevaba consigo.

Mariana murió al instante, pero su mente permaneció sumergida en aquel futuro que trazaría para ser feliz.


Por J. Reed

domingo, 5 de noviembre de 2017

Cuentos del Absurdo/ I. For the sake of…



El silencio en la sala de espera le carcome los nervios a Joaquín. Hace un par de horas su esposa fue llevada de urgencia al quirófano. Sería necesario practicarle una cesárea de emergencia. Desde entonces nadie ha sido capaz de decirle qué está sucediendo y si su esposa e hijo se encuentran bien. Por su mente transitan todo tipo de pensamientos fúnebres, imágenes con promesas de muerte y dolor.

Durante el transcurso del embarazo habían sido informados de los riesgos que podría traer tanto para Julia como para el bebé. Sin embargo, el feliz matrimonio no permitió que el fatalismo dictara sus decisiones y continuaron en el embarazo pese a los peligros que pudiera acarrear.

Las puertas de la sala se abren y pareciera que transcurre un siglo hasta que la enfermera dice su nombre. Joaquín se pone en pie rápidamente, tratando de guardar la compostura y detener los temblores generalizados en todo su cuerpo, en su voz atropellada.

Joaquín no alcanza a comprender cabalmente lo que dice la enfermera. Sólo percibe unos cuantos fragmentos entre la estática que escucha en su interior. “Complicaciones… riesgo de muerte… decisión…” Su universo colapsa y el pánico se atenaza en sus músculos.

La enfermera conduce a Joaquín al quirófano a través de un largo pasillo. La gente fuera de las habitaciones lo mira con expresiones muertas, rendidas. En sus ojos se ve reflejado y no encuentra en ellos respuesta alguna a su angustia.

Todo parece irreal hasta que ve a Julia y se apresura a su lado. La mira exhausta y asustada. La toma por la mano y ella llora. Dice que no quiere perder a su hijo, antes prefiere morir ella.

Joaquín no entiende nada. ¿Por qué habría de morir alguien? Él intenta tranquilizarla forzándose a sí mismo a creer la mentira para enmascarar la incertidumbre. Un doctor se aproxima a ellos y se explica la situación a Joaquín, recomendándole que lo más importante sería salvar la vida de su esposa.

Al escuchar eso, Julia se aferra con más fuerza a la mano de Joaquín y le suplica que salven a su hijo. Que si alguien debía vivir era él. Su vida no podía terminar cuando aún no había comenzado.

La pareja sollozaba y Julia le hizo jurar a Joaquín que protegería a su hijo y que lo amaría por los dos cuando ella no estuviera. Joaquín asentía a todo lo que Julia decía. Su corazón se desgarraba al pensar que esa sería la última ocasión que la vería.

Una enfermera hizo salir a Joaquín del quirófano y lo acompañó a la sala de espera. Sin mayor indicación, lo abandonó en el desquicio de su sufrimiento. A la espera de que la catástrofe que se avecinaba.

El velorio de Julia se llevó a cabo al día siguiente del nacimiento de Fernando, su hijo. Joaquín no había podido dormir desde entonces. Cada vez que cerraba los ojos, lo único que podía ver era la mirada suplicante de Julia pidiéndole que salvaran a su hijo en lugar de ella.

Fernando, como Julia quería llamarlo, nació con problemas respiratorios. El especialista recomendó mantenerlo bajo observación en el hospital en caso de que se presentaran complicaciones. Su estado de salud podría empeorar en cualquier momento, pero con los cuidados necesarios podrían darlo de alta en poco tiempo. Era cuestión de esperar lo mejor, le dijo el especialista.

Tres semanas más tarde, Joaquín se marchó del hospital en compañía de su hijo. El velorio de Fernando se realizó en la misma casa funeraria donde velaron a Julia. Sus cenizas descansarían a un lado de las de su madre. 


Por J. Reed

domingo, 10 de septiembre de 2017

Worst God Ever




   

       A menudo me veo invadido por las imágenes de las realidades que dejé inconclusas. Universos dentro de un multiverso.

       Posibilidades brevemente exploradas que no concluyeron su conformación como un algo.

       No fueron, ni serán hasta que el conocimiento de sí sea satisfecho, representado; y con ello, constituido como algo independiente al cúmulo de palabras que las trazó torpemente.

      Signos, significantes, imágenes intrascendentes que permanecen en la oscuridad de su propio microcosmos. Parte del flujo que se perdió en el mar de brea del inconsciente.

       Necesidades que tratan de saciar lo inasequible. Es la necesidad de sentir que existo la que me impulsa a crear.

       El producto no es mas que un reflejo de mí. Seres bañados con mi ausencia. Buscando, como yo, tratar de hacerse con aquello que sus pulsiones claman.

       Ciegos nombrando lo que habita en las tinieblas, sin siquiera saber qué es. Varados perpetuamente en lo insondable. Apenas existiendo hasta que un mínimo de certeza me permita delimitar el universo que los contiene.


       Hasta que mi palabra sustituya la nada en la que se desvanecen.


Por J. Reed

domingo, 20 de agosto de 2017

Mirage Over the Horizon




¿Qué sentido tiene tratar de hacerme con lo que quiero? ¿Con aquello que se me presenta como deseo, objeto utópico de mi placer? Mi voluntad no basta para hacerlo asequible, pues ahí donde se centra mi anhelar es sólo un engaño, la ilusión que se desvanece con tan sólo tocarla.


Espejismo de mis necesidades que no alcanza a representar lo que el lenguaje desfiguró. Significante incognoscible sin signo aparente, un reflejo, tal vez una sombra que se esconde en la periferia.


El camino es interminable, se ramifica sin que lleve a ningún lado. La aparente meta se encuentra en constante movimiento, si es que acaso alguna vez estuvo en verdad allí. A cada paso una nueva posibilidad, mayor la incertidumbre.


Deambulo en búsqueda de aquel brillo que parpadea intermite. Siempre a la distancia, inaccesible. Tan pronto creo estarme acercando, tenerlo a un palmo de distancia, vuelve a ser consumido por la nada. Las tinieblas se hacen con ella cual si nunca hubiese existido.



Son mis necesidades las que me impulsan, la falta su origen, y la futilidad su fin. El goce no logra aminorar el sufrimiento que pavimenta mi andar. De carácter efímero, perdió su efecto tras la realización de su falsedad. ¿Qué queda ahora si no la vacuidad del todo? Vagar como un ciego en la perpetuidad de la noche.




Por J. Reed

miércoles, 26 de julio de 2017

Existential Prank



What’s the point? Why should I keep trying? By perpetuating the futility with every single one of my actions, I'm only feeding the absurd. My life is nothing but a fucking joke. And I'm getting tired of being the universe's source of entertainment. I can hear the cosmic laugh every time I try to grasp something that is out of my reach. A struggle to satisfy a need created by social constructs. Nonetheless, a real one. 

My words bound me to the signifiers that I've created or adopted, they limit my existence and everything that isn't. Abstractions that has little or nothing to do with what we call real. But it's only a matter of time before everything turns to ashes or rots beneath the ground. Until then, suffering it's guaranteed as an inherent trait of this miserable joke that is my existence. I have no tears to share, all I can do is laugh and wait for my inevitable death.


By J. Reed

viernes, 26 de mayo de 2017

Dreams of Nothingness



There’s nothing I hate more than waking up. It happens every day. Sometimes more than once. Oh, how I wish this could just stop, be able to keep sleeping, drifting away from the world of the conscious mind until my thoughts get lost in eternal darkness. The void from wich I was ripped apart from. But I haven’t forgotten that peaceful state of pure nothingness. Most of the time I can feel it crawling in my chest or in the back of my head. I can feel it’s disgust, it’s boredom, that it doesn’t know what to do in this hostile environment. It doesn’t react well either to stimulations from the outside nor for the ones that come from within. Understanding of the phenomenon doesn’t escape my grasp, since I am too in perpetual pain, anxious, and going insane.

You could say I’m just waiting for my death. That magnificent great event. The ultimate freedom that is promised to every living thing. I’ve been dreaming about that moment for so long. My one desire. The only need that persists. But the universe won’t make me any favors. Not a single hint of help to ease my pain. My suffering continues day by day. And I can’t be expecting that something horrible will push me hard enough to make me fall off the edge into oblivion.

 My soul, if there´s such thing, is broken beyond repair. Wounded by despair. Perpetuated by my blindly stubborn will. I have no road to walk. I’m a wanderer of the absurdity of my own existence. Transient are my satisfactions. The needs never disappear. In the futile chain of actions that constitute this joke of mine, the punchline is yet to come. Fierce and relentless like a nuclear blast.

That awareness doesn’t suffocate my laughter, even if the tears run down like boiling water. My suffering keeps me going, my feet are burning, I can’t take a break without fading away inside my head. Words serve no purpose. They lose all meaning as soon as they form to create a reality based on flawed information. Delusions designed to bring some order to the chaos. Make some sense of the blurred shadows we are barely able to perceive and comprehend. The eternal fight against uncertainty.

I’ve come to terms with my emptiness. With the void. Although, that doesn’t mean that it’s effect on me has disappeared, it only means that our relationship has evolved. Now I feel I’m waiting to get back home after a rough day. Where I belong. That’s fine. There should be nothing sad about it. What bothers me, based on my suicidal nature, is that I developed some kind of impatience towards life itself. Allow me to elaborate:

For almost a decade –more or less-, I’ve come up with certain dates in which I had decided I would end this sick play called “my life”. But when the time came, I delayed it for one or a couple of years more in the false hope that things would stop being so repulsive. Ha, ha, another joke I played on myself.

What can I say? I didn’t know me as well as I do now. My point is that I had a certain time to die, therefore, I tried to experience it all. The extasy of knowing Death is coming for you to take you to the ride of your existence… It was like being nine years old on your birthday party; you know the party will end at eight o’clock, so you try to get the most of it before they turn off the lights and everybody’s gone.

Since the last time I had appointed committing suicide and didn’t even try it, I released myself of that ritual I created to endure. Now I think I’ll let Death come to me by any means it can. I’m not afraid of dying. Still, I’ve overcome myself as well as every thought and belief I’ve had to stand where I am. I’ve survived the burning desire to slit my veins open and bleed until the darkness consume me. May Death come without any warning. Or better yet, may it come while I sleep, so I don’t have to wake up anymore.


Por J. Reed

lunes, 10 de abril de 2017

Human Wars

Bienvenidos a otro espectacular y sanguinario episodio de Humanos vs. Humanos. En el capítulo de hoy veremos enfrentarse a los humanos del Este contra los humanos del Oeste.

-¿Quién crees que resulte ganador, Peter?

-Aún falta ver cómo se desarrolla la contienda, Tom. Pero creo que los perdedores serán los humanos, de eso no hay duda.

 Por J. Reed

sábado, 1 de abril de 2017

Unbearable




Detesto las dimensiones que ha alcanzado el absurdo en mi realidad. Ya no sólo el del exterior, nutrido por las voluntades y constructos de individuos que deambulan en la oscuridad, sino también por el conjunto de actos absurdos que suceden en mi interior y que inevitablemente manifiesto de una forma u otra, en mayor o menor grado, a través de mi difusa voluntad. Contradicciones, un doblepensar o disonancia cognitiva consciente, herramienta indispensable para forjar las máscaras que me veo obligado a utilizar día tras día. Actuaciones previamente ensayadas que me permiten participar de la ilusión colectiva. Desempeñar mi papel, los distintos roles que éste implica. Ahí se asoma nuevamente el absurdo. El verme forzado a participar en un juego al que no se me dio la opción de negarme. Lo más risible de todo es el abanico de fantasías prediseñadas a las que se tiene acceso en la actualidad, siendo la libertad la más ridículas de todas. La libertad, así como el control, no son más que una ilusión. Luces y sombras, todo parte del juego. Inicia cuando aún no se nace y concluye con la muerte. Esa es la única libertad no sujeta a condiciones, la que pone fin al absurdo de la existencia. Es infalible, la certeza de su llegada un hecho. Después de ella, tras la muerte de la consciencia, no queda nada. Somos bolsas de fertilizante esperando a cumplir nuestro destino.

Primero fue el abrir los ojos a los horrores de la realidad, del mundo. Los alcances de la conducta humana, de sus motivaciones, ambiciones y lo que estaban dispuestos a hacer para la satisfacción de necesidades insaciables. Futilidad. Con ello, valores e instituciones, los constructos histórico-sociales que cimentaban aquello que “era” para mí se vinieron abajo. -Ya no queda esperanza alguna en lo trascendental, pues tal cosa no existe, es todo una broma cósmica- La única solución fue reconstruir, a la vez que borraba los vestigios del pasado. Ya no me son útiles tales cimientos, tuve que desprenderme de ellos. Sin esperanza, sólo quedó mi voluntad para dejar de pender de la cuerda sobre el abismo en la que me encontraba. Pisar tierra firme y percatarme de que la incertidumbre es aún mayor de lo que solía ser. Y seguir adelante, continuar moviéndome a través de la densa neblina.

Posteriormente, la náusea se fue haciendo presente poco a poco. De forma esporádica, aleatoria. Se encontraba al acecho y nada podía hacer contra su letal ataque. Terminó por consumirlo todo, sin dejar un solo aspecto o elemento fuera de su alcance. Qué irritable resulta despertar, tener que vivir y realizar cosas a las que se está obligado como parte de un contrato al que uno jamás consintió. Tanto las expectativas propias como las ajenas causan un malestar general, la incomodidad con las cosas, las personas, sus discursos, con uno mismo. Con la existencia. Sin saberlo, la maquinaria del absurdo estaba puesta en marcha y me encontraba cayendo en el vórtice del sin sentido. Del caos y la incertidumbre. El descenso no tiene fin, pero es el único camino a seguir. Entonces comprendí. Es el Absurdo. Ha anidado en lo profundo de mi consciencia. Yo soy el Absurdo.

Las contradicciones que me conforman no escapan a mi vista. Son acumuladas para posterior análisis. Debe ser así. De lo contrario, el hecho eludiría mi observancia, perdiéndose en una secuencia interminable de acciones fútiles, todas parte de la rutina, de lo indiferente, intrascendente. Si no es que todo concluye en eso, en una bruma impenetrable. Aunque no hay evidencia de que las cosas no sean así. Mi memoria es un lugar confuso, con parajes contrastantes en sí mismos. No hay un recuerdo placentero que no esté acompañado por la agonía y el desespero del momento. Puedo rastrearlo tal vez allá de los diez u once años de edad. A lo largo de una adolescencia de la cual sólo recuerdo pocas impresiones, y que he adicionado con percepciones ajenas sobre la misma. El resto permanece inaccesible a mí. En la década pasada e incluso ahora, para recordar cuando sucedió un hecho y en qué época de mi vida me encontraba, debo hacer un recuento, un camino ambiguo con el cual dar con la respuesta correcta. Sin embargo, algo cambió. Mis últimos años son aún más indecifrables. Si bien antes podía hacer una diferenciación entre mis llamadas “épocas buenas y malas”, ahora comprendo que mi concepción sobre las mismas era errónea, tan sólo una reconfortante ilusión para evitar ver la realidad. Comprendo la necesidad de mi inconsciente, de aquellos otros yos que me conforman, por protegerme de la verdad -si es que acaso se le puede llamar así-. Pero siempre me ha resultado peor darme cuenta del engaño, de las falsedades en mi raciocinio, de mis representaciones tergiversadas.

Si se es consciente de las distorsiones no sólo pasadas, sino también de las que puedan estarse ocultando en el presente, ¿en qué puedo confiar? No hay nada sólido, tangible. Incluso mi sufrimiento permanece inaccesible a mí. No puedo hundirme en sus gélidas aguas y la quietud de su oscuridad. Camino sobre la superficie congelada, sintiendo cómo quema las plantas de mis pies a medida que el frío asciende por mi cuerpo y me colma. Pero no importa cuánto lo intente, por más que intento acceder a ello, mis puños no logran romper el cristal. Mi único recurso es recostarme y dejar que la ventisca me envuelva, prolongando y dándole un matiz distinto a mi agonía. Estar suspendido en el limbo, sin nada a lo cual asirse. Sólo el vacío que lo abarca todo, cada rincón y aspecto de mi vida, consumiendo incluso aquella satisfacción que ocupaba el puesto máximo para mi existencia, el motivo por el cual decidía postergar el absurdo un par de años más cada que llegaba el término previamente establecido.

Sólo me queda la escritura como el último recurso para permanecer orbitando la periferia del desquicio que me atrae hacia sí con la fuerza de un agujero negro. La escritura como lo único que da certeza sobre mi existencia. El único registro fidedigno de que estuve y continuo aquí. De que no soy sólo un fantasma varado en una diminuta roca que viaja a la deriva en la infinidad del cosmos sin llegar a hacer contacto o comunicarme con los otros. Pues qué certidumbre pueden tener al respecto de mi ser si mis máscaras sólo representan pequeñas partes de mí que prestan auxilio a la socialización, revelando sombras transitorias de mi deformado ser. Escribir para delimitar mi esencia, para depurarla de atributos externos. Para acercarme a lo real aunque me desplace dentro de lo imaginario. Para mantener la cohesión de mi estructura física y mental, evitando deshacerme con una simple brisa. Soy las palabras que utilizo, sus significantes, el punto de partida de mi discurso, aquel lugar en la existencia desde el cual me sitúo para conformar el resto, aquello que se oculta en las salas ocultas de mi inconsciente; incluso aquello que desprecio de mi ser, y aquello que no soy yo pero que se encuentra en el universo por exclusión aunque no se me represente.

Escribo como el más grande acto de optimismo que puedo realizar. Soy el Arthur Shöpenhauer abatido por la consciencia de que la existencia es sufrimiento y, que si todos nos encontramos en el mismo estado de indefensión, no hay motivo para provocar más dolor al resto de los seres sensibles. El que sabe que la voluntad para vivir es lo que me mantiene atado a la existencia.

Soy el Friedrich Nietzsche que se sobrepone a mi propia aniquilación. El que crea los significantes de los valores que rigen la voluntad encaminada a lo que deseo. Aquél que perdió la cordura al ver a un caballo ser apaleado por su conductor y se apresuró a su lado para abrazarlo y gritarle que lo comprendía, pues yo soy el caballo.

Soy el Sigmund Freud que se percata de las dificultades que conllevan las relaciones humanas y de su propia infelicidad. El que vive en constante estado de ansiedad y frustración al no obtener el placer anhelado, pues éste se ve anulado por mi propia neurosis. La dualidad entre lo apolíneo y lo dionisíaco. La batalla entre el Harry Haller y el Lobo Estepario del que hablara Hermann Hesse.

Soy el Jean-Paul Sartre confundido por la forma en la que el mundo se me presenta y el absurdo de atribuir elementos a las cosas que realmente no tienen. El que se encoje aterrado al saber que las posibilidades futuras son infinitas, pues no hay un orden establecido, y que sólo estoy aparentando saber lo que hago dentro de las tinieblas de la existencia. El que sabe que nada “debe ser”, pues somos entes con libertad de ser o no ser, y que las cosas no deben categorizarse, ya que no hay tal cosa.

Soy el Albert Camus que se encuentra alienado del mundo, incapaz de compartir sus valores a plenitud, pues sabe que nada tiene sentido y las justificaciones de los otros no alcanzan a satisfacerlo. El que se cuestiona si debería o no quitarse la vida, pues cualquier otra pregunta resulta inferior a ésta cuando se concluye que nada tiene sentido. El que sabe que el absurdo impera en cualquier contexto en el que me encuentre, y que he de sacar el mejor partido a las situaciones que se me presenten, por más pesimistas que las posibilidades me puedan resultar.

Soy el Michael Foucault que no se adecuó a lo que se esperaba a él. El autodestructivo, el que piensa en el suicidio, aquel que saturó su mente con imágenes de tormentos inimaginables al resto, el demente que no se ajusta a lo preestablecido. El que indaga en él, y en su pasado, para descubrir soluciones para los problemas urgentes de su presente, deconstruyendo las nociones del ahora, y utilizando el conocimiento del pasado para seleccionar formas superiores para hacer las cosas.

Soy el Jacques Lacan que busca comprender su propia identidad al saber que en el interior se es un flujo constante de consciencia; repleto de pensamientos, deseos e imágenes, completamente ambivalente, pero mostrando al exterior un ente estable que no suele mostrar lo que sucede en su interior. Consciente de que ni las palabras o mi apariencia externa lograrán comunicar lo que ocurre en mí. El que comprende su soledad incluso cuando se estaba junto a la persona amada. El que aceptó el amor que siente por ella como un hecho a pesar de que soledad no se desvaneciera con su presencia y la distancia sea insondable entre ellos. El que sabe que la decepción vendrá ante la realización de los ideales revolucionarios, pues se busca remover un orden por otro, un amo por otro, un tercero que cambie la situación actual como el padre que viene a nuestro auxilio cuando nos hemos metido en un aprieto. Aquel que se analiza a sí mismo como parte de su forma estructural de pensar para poder aliviar lo que lo aqueja.

Soy Carl Sagan lanzando el Voyager 1 y 2 a la oscura y fría inmensidad del cosmos con la esperanza de que otro ente reciba el mensaje y conozca aquello que fui. El que quiere comprender el universo mediante la evidencia, a lo observable, y no maquillarlo con fantasías reconfortantes que lo oscurezcan. El que se sabe diminuto, efímero e insignificante frente a un universo indiferente que nada sabe o sabrá de nosotros pues sólo somos una herramienta para que se conozca a sí mismo. El optimista que confía en que la humanidad evitará su propia aniquilación antes de lograr explorar el cosmos y desentrañar los misterios que contiene para nuestro limitado y siempre cambiante entendimiento sobre el mismo.


Escribo como el acto más trascendental para mi existir, y tal vez el más fútil. Escribiré hasta que muera. Moriré cuando ya no pueda escribir. Existo por ese simple motivo. Es lo único que me queda, no hay nada más. Y eso me resulta insoportable. 



Por John Reed

miércoles, 29 de marzo de 2017

I.


Soy sólo ruinas.
Una ciudad abandonada hace siglos.
Cayéndome en pedazos con una simple caricia del viento.
Nada por salvar.
Paciencia, es sólo cuestión de esperar.
El tiempo llegará, borrará todo rastro,
de mi permanencia intrascendente.
Borra todo recuerdo,

no vaya a ser que me mantengas existiendo.


Por J. Reed

martes, 14 de marzo de 2017

Minor Inconvenience



Nunca me ha agradado ir a consulta médica acompañado de algún miembro de mi familia, me resulta demasiado molesta esa transgresión a mi privacidad. En ésta ocasión no fue distinto. Mi padre lleva más de una semana con una gripe o infección que lo ha mantenido encerrado y alejado del trabajo, con ataques de tos, y en un constante estado de malestar. A mí me llegaron los primeros síntomas de la condenada enfermedad la semana pasada. El martes, si no me equivoco. Pero como estaba en exámenes parciales, me dije a mí mismo que sólo tenía que esperar al viernes. Tan pronto terminara la semana, la enfermedad podía matarme si quería. Desde ese martes mi padre no fue a trabajar a la oficina, y ya me saboreaba yo el deleite ocasionado por el sufrimiento que me traería la enfermedad. No me decepcionó.

Viernes, sábado y domingo lo pasé sonándome la nariz más ocasiones de las que puedo recordar, tosiendo como perro y maldiciendo mi suerte como parte del ritual. Sin embargo no tenía problema alguno con mi sufrimiento. Mi hermana se ofreció a comprarme medicina, pero lo rechacé bajo la premisa de que o mi cuerpo era lo suficientemente fuerte para lidiar con la enfermedad por sí solo, o mejor era que la selección natural me declarara perdedor. Por otro lado, la gripe me daba un efecto sensorial parecido al del LSD, lo cual resultaba curioso. Sin embargo, el día de ayer, lunes, amanecí mucho mejor, sin tanta tos y sin la constante necesidad de limpiar mi nariz de la indeseable mucosa cada cinco minutos. Vaya decepción. Lo que parecía una tormenta resultó ser no más que una llovizna.

Ayer en la noche me llamó mi padre para decirme que mi hermana se comunicaría ésta mañana para hacer la cita con el doctor, y quería que yo también fuera con ellos. Al inicio no tuve ningún problema con la idea, pero a medida que avanzó el día, no pude evitar pensar que era mejor cancelar el plan y decirles que no lo consideraba necesario, pues ya me encuentro mejor. Lamentablemente, me faltó ser un poco más asertivo. Así que, cuando llegaron por mí a las cuatro, no tuve de otra mas que ir con ellos a la mentada consulta, saltándome mi acostumbrada siesta de la tarde.

 El doctor no debía tener más edad que yo, poco menos de treinta. Me transmitió la misma vibra que tenían unos amigos que estudiaron medicina, es decir, que le gusta la fiesta acompañada de drogas de diseño, alcohol y EDM. Sin embargo, con la bata puesta y con todo lo que el contexto dicta, es un doctor, un adulto joven con responsabilidades y un empleo en un hospital de buena categoría. Todo comenzó como lo suponía, con algunas preguntas a mi padre sobre cómo había progresado con el medicamento. Mi padre responde a las preguntas del doctor para luego contar sobre gente de más de sesenta años que tienen una condición física envidiable para cualquier veinteañero que conozca. Cosas por el estilo de cómo el ejercicio puede darte una mejor calidad de vida, así como prolongarla… El doctor asintiendo a lo dicho por mi padre pero mostrando, a mi parecer, algunas reservas. Así pues, mi padre, que tiene sesenta y cinco años y ha hecho del ejercicio parte de su estilo de vida por varias décadas, cuenta con una cosmovisión distinta a la mía.

Después vino mi turno. El doctor me pidió que me sentara en la camilla que tenía en el consultorio, revisó mi garganta, palpó ganglios preguntando si tenía algún dolor, y escuchó mi respiración con el estetoscopio. Narré que el viernes y sábado la pasé relativamente mal, pero que desde el día de ayer desperté mejor. Incluso mencioné lo de mi gusto por el sufrimiento de la gripe y del efecto parecido al de un ácido, lo cual le pareció divertido. Claro que decía todo esto sabiendo que mi padre estaba muy concentrado contándole algo a mi hermana y su novio como para escuchar palabra alguna de lo que yo decía. Eso me hizo sentir cómodo, porque pensé que lo discutido por el doctor y por mí tenía un cierto grado de privacidad. Pero como siempre, cuando me comienzo a sentir cómodo, sucede algo que me hace saber que no existo para recibir complacencias por parte del universo.

Dijo que tengo los ganglios un poco inflamados, y que al parecer mi cuerpo tomó la infección y la desechó cual si fuera un trozo de basura. Cosa que no me agradó, pues pese a que deteste el existir y la idea de terminar con el absurdo esté presente en mi mente, esperaba que mi cuerpo tomara la poca fuerza de vida que tengo y cediera ante cualquier virus, bacteria, enfermedad o lo que fuese que atentara contra mi vida. Pero supongo que era demasiado esperar. Respondí un “debe haber sido mi nihilismo actuando” y hubo un par de sonrisas, pero dudo que comprendieran a lo que me refería.

Supe que mi comodidad llegaría a su fin después de que me preguntó si fumo, a lo cual respondí que sí. Entonces comenzó a decir que había escuchado algunas cosillas raras en mis pulmones, moco moviéndose con el aire, algo en referencia a una bronquitis. Dijo que lo mejor era que dejara de fumar porque mis pulmones están algo jodidos. En este momento los otros ya no charlaban, sino que prestaban atención a lo que decía el doctor. De pronto el reflector estaba nuevamente sobre mí y no tenía lugar alguno al cual escapar. Trató de aligerar el tono que se había creado al decir que no tenía neumonía ni nada grave, pero que era una recomendación. Dije que voy a correr en un intento por mostrar que no soy una persona sedentaria, pero me salió el tiro por la culata. El fumar hace que aumente la presión en los pulmones y se pongan duros, cosa que también sucede con el ejercicio, con lo cual, uno más uno igual a dos. No bueno, amigou.

Reafirmé mi postura diciendo en un tono de resignación “bueno, al parecer tendré que dejar de correr, ¿cierto?”, dirigiendo una sonrisa a mi padre y hermana. Mi padre disfrazó su mueca de desagrado con una sonrisa, comprendiendo que era una broma, aunque yo lo haya dicho en serio. El doc también rió, pero volvió a su tono serio para decir que si dejaba de fumar tendría una vida más larga y de mejor calidad que una persona que jamás hubiera fumado. Al parecer nadie notaba la ironía de todo aquello. Incluso si el Absurdo se hubiera personificado en un enano con body painting de gacela sacando burbujas del culo mientras reía como Adela Micha, no se habrían percatado de ello. Además, qué les hace pensar que me preocupo por tal cosa como vivir más años y mejor. “El cigarro te puede matar”. No freaking duh, Sherlock.  

En la receta, además de unas pastillas efervescentes, anotó el nombre de otro medicamento que ayudaría para la bronquitis. Un polvo inhalable… Ja, ja, me la dejó bastante sencilla. Le pregunté que si era un medicamento o un consumible para fiestas. Una carcajada y después voltea a decirle a mi papá que se preocupe si ve líneas blancas sobre las mesas de la casa. Bien ahí doc, alerte a mi padre de mi posible consumo de drogas ilegales. Nada de eso, al parecer, es como algo que inhalan los asmáticos, así que no será divertido. Pero para poder tomarme ese medicamento sería necesario que dejara de fumar una semana antes de ingerirlo, y durante el tiempo que estuviera bajo el mismo, o podría tener una taquicardia u otras cosas que sonaban bastante dolorosas y serias.

“Entonces yo les aviso luego”, dije con cinismo. Estúpido doctor, mi padre ya suele molestarme con lo de dejar de fumar, como para que le haya dado la oportunidad perfecta para joder con fundamento. La conversación cambió de pronto a que dejar de fumar es más difícil que dejar de beber alcohol. Si bien yo ya no era el foco de la charla, el que ésta girara en mi periferia me desagradaba aún más. Mi padre pasó a decir algo de cuando él dejó el alcohol y posteriormente el cigarro. Después el doctor dijo que eran peores las recaídas del tabaquismo, pues él mismo había dejado el cigarro en tres ocasiones. El gusto sólo le duraba un año antes de volver a introducirse cigarros a la boca de forma compulsiva. A la fecha, llevaba dos años intentando dejarlo tras su última recaída.

Podrán imaginarse mi indignación tras escuchar esto. ¿Con qué cara viene este pendejo a decirme que deje de fumar de la noche a la mañana, cuando él mismo lucha de manera fútil con ello? Además, si dejo de fumar, ¿de qué otra forma me voy a matar lentamente? Ese era mi plan, no suicidarme de forma relativamente instantánea, pero sí matarme de a poquito, de forma lenta pero más rápida que esperar a la senectud o a ser asesinado de forma dolosa o culposa por alguien más. No quiero pasar al alcoholismo, el alcohol no satisface ninguna necesidad ni cumple ninguna función que me agrade, al menos no como para hacerlo de forma cotidiana.

Y así queda establecido que me han puesto en una esquina, en la cual me veré forzado a dejar de fumar con tal de que no me estén jodiendo incesantemente con ello. En los años pasados lo he experimentado por parte de mi padre y de mi madre, pero el que ahora lo hagan motivados por lo que dijo el doctor me saca de quicio. No se detendrán, eso lo sé. Así que supongo que tendré que idear algo para lidiar con ello. Por otro lado, el dinero que me ahorraría en cigarros podría gastarlo en otra cosa, aunque no sé en qué. Nunca he sido de querer comprar cosas, viajar, o muchas otras cosas para las cuales es indispensable tener dinero. Me ha faltado esa motivación que al resto le parece tan simple.

No es de extrañarse mi desinterés si considero que llevo cerca de una década sin pensar a futuro. Un futuro limitado por la reconfortante idea de quitarme la vida, a pesar de que nunca lo haya intentado y de que siempre pospongo la fecha un par de años más, esperando a que algo interesante suceda, o de que la historia de mi vida de pronto deje de ser una porquería. Vaya, tal vez sea el optimista en mí, esperando algo que jamás llegará. O quizás sea mi yo pesimista, que sabe que no importa lo que haga, la única cosa certera que existe en mi futuro es la muerte, así como la de todos los seres vivos, lo cual viene a ser en sí misma, una idea optimista. Qué lío.


La próxima ocasión me ahorraré la visita al médico y mejor me quedaré a dormir. Así nadie invadirá mi esfera personal con sus constructos que poco o nada tienen que ver con los míos.



Por J. Reed

lunes, 27 de febrero de 2017

Distante



Te pondré en un altar, apartada de miradas ajenas. En lo profundo de mi consciencia. Erigida como una deidad arcana. La única a la que importa rendir culto en este mundo desolado y carente de sentido.

Tu fulgor viajará años luz desde un punto remoto en la vastedad del espacio, atravesando el cosmos sin nada que obstaculice su camino en el mar de tinieblas que quedó tras la muerte de la última estrella.

Habré de visitarte en mis momentos de punzante soledad sin esperar de ti palabra alguna, pues nada hay por decir que alivie el dolor que me envenena al sentir perpetuamente tu ausencia.

Y en medio del silencio habré de materializarte al pronunciar tu nombre.


Tu nombre…

Tan sólo un murmullo, tres sílabas que servirán para mitigar mi sufrimiento por un breve instante.

Aunque después vuelva a la realidad.



Aquella en la que ya no estás y en la que me derrumbo al despertar.


Por J. Reed

lunes, 20 de febrero de 2017

The Void



¿Cuántas veces me he encontrado en el mismo lugar? De cara al abismo, al borde del precipicio. Con el gélido susurro del viento a mi espalda, aconsejándome sutilmente que me arroje, que abandone toda lucha y ceda a la gravedad. El pánico provocado por la altura era desquiciante y me paralizaba, imposibilitando toda acción para apartar la vista del vórtice de tinieblas bajo mis pies.

Más tarde comprendí que el vértigo que sentía no era el miedo a la caída, a ser consumido por el vacío, sino el miedo ante un deseo alojado en las profundidades de mi ser. Ese impulso de muerte que me petrificaba al colisionar violentamente contra mi fuerza vital en una batalla encarnizada que apenas era capaz de dilucidar.

¿Pero qué significaba esto para mi existencia? Mientras que soy un ente con voluntad, paralelamente ansío mi aniquilación, suspendido en una cuerda sin soporte que ayude a dar fin a la incertidumbre. La nada y el ser como una serpiente tratando de comerse por la cola, perdido en el absurdo que sólo concluirá con la extinción de mi consciencia.

No obstante, hoy no siento al espectro de la incertidumbre tomarme por los hombros para guiarme a lo desconocido, y me encamino por cuenta propia a la cima. Mi andar aumenta de velocidad a medida que mi voluntad se vuelve más determinante, impulsándome a correr el tramo restante con el desespero del que nada a superficie para evitar ahogarse.

Llego a la cúspide falto de aire y con el pulso cardíaco está fuera de control, pero el miedo ya no surte efecto alguno en mí y no altera la serenidad que siento al poner los pies en el límite de la tierra, contemplando la infinidad extendiéndose tras el horizonte.


No, ya no existe el miedo a lo desconocido. Es mirar al abismo y sentir la urgencia de arrojarse, de disolverse en su interior como el máximo desprendimiento de uno mismo que se puede realizar.


Por J. Reed

domingo, 19 de febrero de 2017

Space-Time Traveler




No me agradan los viajes al pasado, creo que nunca lo han hecho. Para el resto resulta tan sencillo, incluso placentero, darse vueltas por escenas de su pasado cual si se cambiara de canal al televisor. Puedo ver cómo se pierden, por breves instantes, embelesados en su memoria, trayendo consigo la sonrisa que brinda la nostalgia. Claro, no toda memoria les es grata, pero han aprendido a dejar aquellas dolorosas y desagradables imágenes en un oscuro rincón, donde no llamen la atención, delegando la labor de depositario de las mismas al inconsciente.

“Si no lo veo, no me afecta”, reza su mantra, y es lo que hace curiosa su conducta. Este doblepensar, o disonancia cognitiva, según se le quiera llamar, les permite ver sus recuerdos desde perspectivas más amables que les hará sentirse contentos y seguros de una plenitud que nunca estuvo ahí. No se dan cuenta del engaño en el que viven, tan seguros de que el pasado como se les presenta forma parte de su realidad, cuando no es mas que el producto de una ciega interpretación.

Echan mano del viejo pensamiento mágico, atribuyéndole a sucesos aleatorios un significado y trascendencia inexistente. No puedo culparlos, tratan de darse ánimos para tolerar su existencia al hacerse creer que su presente, o el futuro, puede recobrar la cálida esencia que guarda el pasado, o al menos algo de su aparente paz.

Yo también era capaz de lograr tal hazaña, y dentro de mi malestar perpetuo pensaba que las etapas previas de mi vida eran mejores, disfrutando de sus suaves y reconfortantes aromas. Pero no tardé en caer en el desencanto, con plena consciencia del engaño autoinducido como parte del juego social. Con esto llegó la verdad, cruda, desagradable y dolorosa verdad. Entonces mis interpretaciones previas parecían los reflejos deformes de los acontecimientos vividos, siendo que siempre fueron desoladores, pero el veneno sabe mejor con unas cuantas cucharadas de azúcar.

Sin embargo, no es éste el único motivo por el cual evito viajar al pasado. Los demás pueden pasearse por las memorias como un ente inmaterial que nunca entra en contacto con su entorno, sino como un simple espectador que centra toda su atención en los detalles necesarios para mantener la ilusión. Mi situación es completamente distinta. Cada que viajo al pasado debo tomar las precauciones necesarias para no interrumpir y alterar la causalidad con mis acciones. Cuando se vuelve de un pasado alterado, no hay manera de saber qué elementos cambiaron, pues uno pertenece ya a esa línea temporal de recién sincronización.

Otro problema viene en relación al enfoque o perspectiva sobre el pasado. Mencioné ya que los otros siguen una secuencia específica de tomas, cual película cuidadosamente editada, obteniendo la placidez del ensueño nostálgico. Mis viajes no se reducen a la simple satisfacción de la necesidad de mantener el espejismo. Cuento con libertad de alejarme de la locación y tiempo en el cual aparecí, utilizándolo como portal con el cual acceder a otros puntos en el tiempo-espacio en su periferia. Fue ahí cuando se arruinaron los viajes al pasado para mí.

A través de los portales uno ve aquello que los demás dejarían fuera de la memoria; momentos, lugares, situaciones… el contexto mostrado como una generalidad en base a sus partes. Tanto como hay portales cuyas escenas evocan una sonrisa, los hay mas que muestran pasajes solitarios de una oscuridad insondable. Y todo sucede en un instante, pues siempre se regresa al punto de partida, es decir, el presente.

Por eso evito viajar al pasado en la medida de lo posible, sólo viajando cuando sea necesario obtener algún dato importante para el hoy; aunque últimamente se sale de mi control, así que, a fin de cuentas, resulta inútil oponer resistencia. Jamás sé qué estímulo desencadenará la ruptura en el tiempo-espacio, siendo succionado al interior de la fractura sin que sea perceptible a ojos ajenos. Tal vez sólo me delate el repentino cambio de ánimo y la fatiga de quien revive un par de años tras un parpadeo.


Mejor será viajar al futuro, siempre cambiante, sujeto a la causalidad actual. Ahí no hay problema si se alteran sus elementos, ya que al volver al presente nada quedará de esa línea temporal. Y si bien no luce alentador, y carece de certidumbre, nada hay que lo diferencie del hoy, tan absurdo como el ayer, como el segundo que se extingue al marcar el punto final a este pensamiento.



Por J. Reed


sábado, 11 de febrero de 2017

Desespero



Puedo sentir cómo se aloja en mi nuca, creciendo a cada instante entre punzadas de dolor, como si alguien retorciera juguetonamente una navaja en mis vértebras cervicales. Su intensidad se incrementa, esparciéndose por todo mi cuerpo con la velocidad de mi pensamiento atropellado.

Mis ideas colapsan tan pronto como se erigen en el caos de mi psique, cual si fueran un millar de voces que gritan y se apagan al instante. No detienen sus bramidos, impidiendo cualquier sensación de paz en mi interior, nublando mi juicio y despojándolo de toda lógica que le guíe en el campo minado que es mi memoria.

La angustia taladra mis ojos, que no encuentran respuesta alguna ante lo que se les presenta. Y en mis oídos, la estática que corroe mis tímpanos.

Confusión.

Me arrastro como una bestia sedada en la búsqueda por aquello que logre colmarme, sin encontrar refugio que perdure contra los embates de mi tempestad, la misma que me ha acompañado desde tiempos inmemorables para mi consciencia.

Estaba ahí y surgió a la existencia junto conmigo. Fuimos escupidos por el mismo abismo al cual ansiamos regresar, pero no sin antes obtener aquello que siempre hizo falta y que pondría fin a la fútil búsqueda. Pues no se puede encontrar aquello que no se sabe qué es, cómo luce, o si es que acaso existe.

He ahí el motivo de la frustración que me asedia con cada despertar.

El propio organismo no sabe lo que sucede, pero trata de ajustarse al confuso lenguaje de la mente, que hace manifiesto su perpetuo estado de displacer ante una necesidad indefinida y cuyo origen se desconoce.

Claro, también conozco las satisfacciones, breves y tormentosas, pero tras el desengaño no puedo permitirme ceder a ilusiones cargadas de calma infértil y abrumadora. Aún más que la angustia, esa calma me aniquila, cercenando mi ser como un cordero en manos del carnicero.

Difícilmente se recupera uno de tal disgregación, sólo para sentirse nauseabundo a causa del engaño en que se permitió caer, con lo cual la insatisfacción se acrecienta, y con ella la angustia de sentirse aún más confundido, extraviado en un paraje sin una senda que lleve al punto previo.


Vagaré entonces, ciego, sordo y aturdido hasta la médula, sin lograr saciar jamás el deseo al que no puedo darle nombre.



Por J. Reed

jueves, 9 de febrero de 2017

Resplandor



Su existencia se me presentó como luces de colores en lo profundo de una oscuridad asfixiante. Una bocanada de aire fresco en medio de una nube de cianuro. 

El universo detuvo su eterna danza cósmica para contemplar aquella diminuta mota de polvo en la cima del relieve de una roca que flota en la fría vastedad del espacio. 

Cuánto significado cobró ese efímero instante en el tiempo. 

El proceso de billones de años justificado con la sola aparición de ese ser iluminado por una estrella errante. 

Y entonces se comprende que si el cosmos danzaba era por ella, y por la música que esperó pacientemente escuchar con el surgimiento de su existencia. 

No obstante este hecho trascendental, fue amor a primera vista y sólo yo me percaté de ello.



Por J. Reed