lunes, 27 de febrero de 2017

Distante



Te pondré en un altar, apartada de miradas ajenas. En lo profundo de mi consciencia. Erigida como una deidad arcana. La única a la que importa rendir culto en este mundo desolado y carente de sentido.

Tu fulgor viajará años luz desde un punto remoto en la vastedad del espacio, atravesando el cosmos sin nada que obstaculice su camino en el mar de tinieblas que quedó tras la muerte de la última estrella.

Habré de visitarte en mis momentos de punzante soledad sin esperar de ti palabra alguna, pues nada hay por decir que alivie el dolor que me envenena al sentir perpetuamente tu ausencia.

Y en medio del silencio habré de materializarte al pronunciar tu nombre.


Tu nombre…

Tan sólo un murmullo, tres sílabas que servirán para mitigar mi sufrimiento por un breve instante.

Aunque después vuelva a la realidad.



Aquella en la que ya no estás y en la que me derrumbo al despertar.


Por J. Reed

lunes, 20 de febrero de 2017

The Void



¿Cuántas veces me he encontrado en el mismo lugar? De cara al abismo, al borde del precipicio. Con el gélido susurro del viento a mi espalda, aconsejándome sutilmente que me arroje, que abandone toda lucha y ceda a la gravedad. El pánico provocado por la altura era desquiciante y me paralizaba, imposibilitando toda acción para apartar la vista del vórtice de tinieblas bajo mis pies.

Más tarde comprendí que el vértigo que sentía no era el miedo a la caída, a ser consumido por el vacío, sino el miedo ante un deseo alojado en las profundidades de mi ser. Ese impulso de muerte que me petrificaba al colisionar violentamente contra mi fuerza vital en una batalla encarnizada que apenas era capaz de dilucidar.

¿Pero qué significaba esto para mi existencia? Mientras que soy un ente con voluntad, paralelamente ansío mi aniquilación, suspendido en una cuerda sin soporte que ayude a dar fin a la incertidumbre. La nada y el ser como una serpiente tratando de comerse por la cola, perdido en el absurdo que sólo concluirá con la extinción de mi consciencia.

No obstante, hoy no siento al espectro de la incertidumbre tomarme por los hombros para guiarme a lo desconocido, y me encamino por cuenta propia a la cima. Mi andar aumenta de velocidad a medida que mi voluntad se vuelve más determinante, impulsándome a correr el tramo restante con el desespero del que nada a superficie para evitar ahogarse.

Llego a la cúspide falto de aire y con el pulso cardíaco está fuera de control, pero el miedo ya no surte efecto alguno en mí y no altera la serenidad que siento al poner los pies en el límite de la tierra, contemplando la infinidad extendiéndose tras el horizonte.


No, ya no existe el miedo a lo desconocido. Es mirar al abismo y sentir la urgencia de arrojarse, de disolverse en su interior como el máximo desprendimiento de uno mismo que se puede realizar.


Por J. Reed

domingo, 19 de febrero de 2017

Space-Time Traveler




No me agradan los viajes al pasado, creo que nunca lo han hecho. Para el resto resulta tan sencillo, incluso placentero, darse vueltas por escenas de su pasado cual si se cambiara de canal al televisor. Puedo ver cómo se pierden, por breves instantes, embelesados en su memoria, trayendo consigo la sonrisa que brinda la nostalgia. Claro, no toda memoria les es grata, pero han aprendido a dejar aquellas dolorosas y desagradables imágenes en un oscuro rincón, donde no llamen la atención, delegando la labor de depositario de las mismas al inconsciente.

“Si no lo veo, no me afecta”, reza su mantra, y es lo que hace curiosa su conducta. Este doblepensar, o disonancia cognitiva, según se le quiera llamar, les permite ver sus recuerdos desde perspectivas más amables que les hará sentirse contentos y seguros de una plenitud que nunca estuvo ahí. No se dan cuenta del engaño en el que viven, tan seguros de que el pasado como se les presenta forma parte de su realidad, cuando no es mas que el producto de una ciega interpretación.

Echan mano del viejo pensamiento mágico, atribuyéndole a sucesos aleatorios un significado y trascendencia inexistente. No puedo culparlos, tratan de darse ánimos para tolerar su existencia al hacerse creer que su presente, o el futuro, puede recobrar la cálida esencia que guarda el pasado, o al menos algo de su aparente paz.

Yo también era capaz de lograr tal hazaña, y dentro de mi malestar perpetuo pensaba que las etapas previas de mi vida eran mejores, disfrutando de sus suaves y reconfortantes aromas. Pero no tardé en caer en el desencanto, con plena consciencia del engaño autoinducido como parte del juego social. Con esto llegó la verdad, cruda, desagradable y dolorosa verdad. Entonces mis interpretaciones previas parecían los reflejos deformes de los acontecimientos vividos, siendo que siempre fueron desoladores, pero el veneno sabe mejor con unas cuantas cucharadas de azúcar.

Sin embargo, no es éste el único motivo por el cual evito viajar al pasado. Los demás pueden pasearse por las memorias como un ente inmaterial que nunca entra en contacto con su entorno, sino como un simple espectador que centra toda su atención en los detalles necesarios para mantener la ilusión. Mi situación es completamente distinta. Cada que viajo al pasado debo tomar las precauciones necesarias para no interrumpir y alterar la causalidad con mis acciones. Cuando se vuelve de un pasado alterado, no hay manera de saber qué elementos cambiaron, pues uno pertenece ya a esa línea temporal de recién sincronización.

Otro problema viene en relación al enfoque o perspectiva sobre el pasado. Mencioné ya que los otros siguen una secuencia específica de tomas, cual película cuidadosamente editada, obteniendo la placidez del ensueño nostálgico. Mis viajes no se reducen a la simple satisfacción de la necesidad de mantener el espejismo. Cuento con libertad de alejarme de la locación y tiempo en el cual aparecí, utilizándolo como portal con el cual acceder a otros puntos en el tiempo-espacio en su periferia. Fue ahí cuando se arruinaron los viajes al pasado para mí.

A través de los portales uno ve aquello que los demás dejarían fuera de la memoria; momentos, lugares, situaciones… el contexto mostrado como una generalidad en base a sus partes. Tanto como hay portales cuyas escenas evocan una sonrisa, los hay mas que muestran pasajes solitarios de una oscuridad insondable. Y todo sucede en un instante, pues siempre se regresa al punto de partida, es decir, el presente.

Por eso evito viajar al pasado en la medida de lo posible, sólo viajando cuando sea necesario obtener algún dato importante para el hoy; aunque últimamente se sale de mi control, así que, a fin de cuentas, resulta inútil oponer resistencia. Jamás sé qué estímulo desencadenará la ruptura en el tiempo-espacio, siendo succionado al interior de la fractura sin que sea perceptible a ojos ajenos. Tal vez sólo me delate el repentino cambio de ánimo y la fatiga de quien revive un par de años tras un parpadeo.


Mejor será viajar al futuro, siempre cambiante, sujeto a la causalidad actual. Ahí no hay problema si se alteran sus elementos, ya que al volver al presente nada quedará de esa línea temporal. Y si bien no luce alentador, y carece de certidumbre, nada hay que lo diferencie del hoy, tan absurdo como el ayer, como el segundo que se extingue al marcar el punto final a este pensamiento.



Por J. Reed


sábado, 11 de febrero de 2017

Desespero



Puedo sentir cómo se aloja en mi nuca, creciendo a cada instante entre punzadas de dolor, como si alguien retorciera juguetonamente una navaja en mis vértebras cervicales. Su intensidad se incrementa, esparciéndose por todo mi cuerpo con la velocidad de mi pensamiento atropellado.

Mis ideas colapsan tan pronto como se erigen en el caos de mi psique, cual si fueran un millar de voces que gritan y se apagan al instante. No detienen sus bramidos, impidiendo cualquier sensación de paz en mi interior, nublando mi juicio y despojándolo de toda lógica que le guíe en el campo minado que es mi memoria.

La angustia taladra mis ojos, que no encuentran respuesta alguna ante lo que se les presenta. Y en mis oídos, la estática que corroe mis tímpanos.

Confusión.

Me arrastro como una bestia sedada en la búsqueda por aquello que logre colmarme, sin encontrar refugio que perdure contra los embates de mi tempestad, la misma que me ha acompañado desde tiempos inmemorables para mi consciencia.

Estaba ahí y surgió a la existencia junto conmigo. Fuimos escupidos por el mismo abismo al cual ansiamos regresar, pero no sin antes obtener aquello que siempre hizo falta y que pondría fin a la fútil búsqueda. Pues no se puede encontrar aquello que no se sabe qué es, cómo luce, o si es que acaso existe.

He ahí el motivo de la frustración que me asedia con cada despertar.

El propio organismo no sabe lo que sucede, pero trata de ajustarse al confuso lenguaje de la mente, que hace manifiesto su perpetuo estado de displacer ante una necesidad indefinida y cuyo origen se desconoce.

Claro, también conozco las satisfacciones, breves y tormentosas, pero tras el desengaño no puedo permitirme ceder a ilusiones cargadas de calma infértil y abrumadora. Aún más que la angustia, esa calma me aniquila, cercenando mi ser como un cordero en manos del carnicero.

Difícilmente se recupera uno de tal disgregación, sólo para sentirse nauseabundo a causa del engaño en que se permitió caer, con lo cual la insatisfacción se acrecienta, y con ella la angustia de sentirse aún más confundido, extraviado en un paraje sin una senda que lleve al punto previo.


Vagaré entonces, ciego, sordo y aturdido hasta la médula, sin lograr saciar jamás el deseo al que no puedo darle nombre.



Por J. Reed

jueves, 9 de febrero de 2017

Resplandor



Su existencia se me presentó como luces de colores en lo profundo de una oscuridad asfixiante. Una bocanada de aire fresco en medio de una nube de cianuro. 

El universo detuvo su eterna danza cósmica para contemplar aquella diminuta mota de polvo en la cima del relieve de una roca que flota en la fría vastedad del espacio. 

Cuánto significado cobró ese efímero instante en el tiempo. 

El proceso de billones de años justificado con la sola aparición de ese ser iluminado por una estrella errante. 

Y entonces se comprende que si el cosmos danzaba era por ella, y por la música que esperó pacientemente escuchar con el surgimiento de su existencia. 

No obstante este hecho trascendental, fue amor a primera vista y sólo yo me percaté de ello.



Por J. Reed