jueves, 4 de abril de 2019

Cuentos del Absurdo/ IV. Back on your feet



       Margaret y Susan se despidieron de Jade a la salida del hospital. Tras siete meses de acompañarla en sus terapias de rehabilitación, nada las hizo tan felices como ver a la chica marcharse por sus propios pies y sin requerir ayuda para caminar. El par de enfermeras se miraron sonrientes y volvieron al interior del hospital para continuar con sus labores. No pararon de rememorar a la alegre jovencita y la primera vez que llegó para iniciar su terapia. Había sufrido un accidente al caer de una silla y golpearse en la cabeza, que la privó de la capacidad para caminar, concentrarse adecuadamente y se veía asediada por temblores incontrolables en todo su cuerpo. Los doctores que la atendieron diagnosticaron que se trataba de un desorden neurológico funcional, en el cual el cerebro pierde la habilidad para comunicarse con ciertas partes del cuerpo, en este caso, sus piernas.

       Les resultó lamentable ver a una chica como ella en tal situación. Pero Jade no había perdido las esperanzas de volver a ser quien era. Jugaba como portera en el equipo de fútbol de su preparatoria, amaba bailar, actuar y salir a trotar todos los días. No iba a dejarse derrotar por lo que le había sucedido. Tampoco era que estuviera sola en su recuperación, gracias a una campaña por internet, sus padres lograron recaudar los catorce mil quinientos euros que se necesitaban para pagar los siete meses de fisioterapia en un hospital privado. Semana con semana, la chica subía fotos y videos a la página web para dar cuenta de sus avances a quienes la apoyaban, y siempre se le observaba optimista. Así mismo, sus amigas solían ir con ella a las sesiones, y la animaban a seguir adelante con el arduo trabajo.

       El proceso fue lento y complicado pero Jade no se daba por vencida. Al pasar de unos meses, volvió a recuperar el control de sus piernas y le era inevitable ponerse a bailar de alegría en compañía de sus amigas. A menudo, Margaret y Susan tenían que recordarle que se llevara las cosas con calma, pero Jade no podía esperar. Poco a poco el staff del área de fisioterapia se encariñó con ella, su alegría y vitalidad resultaban contagiosas. En las sesiones de fisioterapia grupal, era ella la que animaba a todos a bailar y a pasar un buen momento a pesar de la condición en la que se encontraban.

       Y al fin, después de siete meses, fue dada de alta, el tratamiento había terminado. Como último acto para agradecer a las personas que donaron dinero para ayudarla a pagar su terapia, un par de sus amigas la filmaron corriendo por las escaleras del hospital y trotando en una corredora. Tenía una sonrisa enorme en el rostro y el par de enfermeras le compraron un pastel y globos para celebrar que el tratamiento había concluido. Jade les comentó que esa noche filmaría un comercial y que tomaría su primera clase de danza en mucho tiempo. Sí, no tenía tiempo que perder ahora que volvía a hacerse con su vida. La emoción que proyectaba se quedó grabada en los corazones de las enfermeras, y tras despedirse de Jade en la puerta del hospital, la observaron marcharse entre risas junto con su mamá y el par de amigas que la acompañaban ese día.

       Sin embargo, antes de que terminara su jornada en el hospital, recibieron la noticia de que una ambulancia se dirigía hacia allá transportando a una joven de diecisiete años que era incapaz de moverse tras un accidente automovilístico en la carretera. La primera en recibir el anuncio fue Margaret. Su corazón dio un vuelco al escuchar las características de la joven, y sus manos comenzaron a temblar al colgar el teléfono de la estación de enfermeras. “No puede ser ella”, pensó para sí antes de decirle a Susan. Las dos enfermeras se miraron consternadas, pero trataron de reconfortarse la una a la otra. “Seguro que Jade ya está en su casa, no hay que preocuparnos”, dijo Susan sin poder ocultar el miedo que sentía con una mueca que pretendía ser una sonrisa.

       La ambulancia llegó y las enfermeras se apresuraron a recibir a la paciente. Al ver que se trataba de Jade, no pudieron evitar romper en llanto. Jade tenía el rostro empapado en lágrimas, y al verlas soltó un leve alarido de dolor. “¿Qué sucedió, mi niña?”, preguntó Margaret, pero Jade no podía responder a causa del llanto. Se apresuraron a llamar a uno de los doctores que la atendía, y la llevaron a urgencias para una revisión completa. A los pocos minutos llegó una segunda ambulancia con otra de las amigas que la acompañaba, y después la mamá de Jade. Ella les contó lo sucedido. Transitaban por la autopista M60 camino a su casa, escuchaban música y las chicas cantaban alegres en el asiento trasero. Había mucho tráfico, y tuvieron que detenerse al llegar a la intersección para ingresar a su distrito en Gran Manchester. Entonces un automóvil se impactó con ellas por la parte trasera. Al parecer, la conductora del otro automóvil se agachó para recoger unas cuantas palomitas de maíz que se habían caído al suelo del coche, y no vio que el resto de los coches se habían detenido. Su teléfono comenzó a sonar, y se disculpó con las enfermeras, debía atender la llamada de la familia de la amiga de Jade que llegó en la ambulancia.

       Una vez que el doctor terminó la primera revision en urgencias, y que trasladaron a Jade a otra habitación, pudo contarles cómo sucedieron las cosas. Estaba hablando con la amiga que iba a su lado cuando ocurrió el choque. Con el impacto, salió impulsada hacia el frente, golpeándose en la cabeza con el asiento delantero, y una segunda vez en la nuca cuando el auto se detuvo súbitamente. “Al inicio no supe qué había sucedido, pero Mildred, que iba adelante junto con mamá, estaba muy asustada. Podía ver que sangraba de la cabeza y me preocupé mucho por ella. En ese momento intenté acercarme a ella para abrazarla y que se calmara un poco, pero no podía mover mi brazo derecho y me sentía muy confundida. Podía mover mi brazo izquierdo, pero el derecho no reaccionaba. Luego intenté ponerme de pie al abrir la puerta para salir del coche, pero mis piernas no reaccionaron y casi caigo al suelo, mamá tuvo que atraparme para que no cayera por completo.”

       Ahora yace en una cama del hospital, inmovilizada y sumida en pánico al ver que su madre le da pequeños golpes en sus piernas pero ella no es capaz de sentir cosa alguna. Debía tratarse de una recaída del desorden neurológico funcional, sólo que esta ocasión había vuelto peor que antes. “¿Por qué tenía que pasar esto hoy?”, preguntaba Jade una y otra vez con los ojos hinchados por el llanto. Su madre la observaba con el rostro descompuesto y sin saber qué responder a sus preguntas. Nadie podría haberse imaginado que algo así sucedería. “Sólo quería volver a tener una vida normal”, repetía una y otra vez sin que las lágrimas cesaran.

       Susan y Margaret vuelven a la habitación con los ojos enrojecidos, tratando de mantener la compostura y le dicen que tiene que sentarse para la siguiente revisión. Pero le es imposible hacerlo por su cuenta. Tanto su tórax como el cuello carecen de fuerza y deben de sostenerla con ayuda de su madre para mantenerla en esa posición. A las tres mujeres se les rompía el corazón al ver a Jade así. El trabajo de siete meses tirado a la basura, y todo por unas cuantas palomitas de maíz que habían caído al suelo.



Por John Reed